¿Por qué ganan las ‘dereitas’ en Galicia?.Ver Video Podemos y sus mareas fracasaron en su intento de desalojarle del poder con un campaña plagada de brocha gorda y ataques

La palabra la tenían todos en la punta de la lengua en el bunker del PP en Santiago de Compostela pero quien la dijo fue Alberto Núñez Feijóo, el hombre de las tres mayorías absolutas aplastantes en Galicia: «sentidiño».

Sentido común y sensatez es lo que sabe vender como nadie Feijóo, una marca registrada por encima de su partido –en campaña ocultó las siglas del PP– que ya se asocia a la buena gestión, la estabilidad y el orden. Galicia no está para mareas y experimentos porque en esa tierra con las cosas del comer no se juega.

Xosé Gago cuenta una anécdota en La Voz de Galicia que ejemplifica la forma de hacer política de este hombre tímido y discreto:

«En un paseo electoral en A Coruña salió a su encuentro una señora que había cerrado su negocio y exigía ayuda económica de la Xunta. Feijoo la escuchó y preguntó los detalles. Cuando supo que el motivo del cierre había sido la falta de ventas y que la mujer había percibido ayudas para abrirlo, al estancarse la discusión, no prometió imposibles y le pidió que entendiese «que el Estado no puede garantizar que todos los negocios vayan bien»».

Podemos y sus mareas fracasaron en su intento de desalojarle del poder con un campaña plagada de brocha gorda y ataques. Como ellos son la gente se consideraban legitimados para insultar al PP y a sus votantes con el objetivo de asaltar la Xunta en coalición con un PSdeG acomplejado por conseguir que los nacionalistas le den carnet de buenos gallegos y los podemitas les quiten el sambenito de casta.

 Los gallegos coronan a Alberto Núñez Feijóo como sucesor de Mariano Rajoy

LA MARCA FEIJÓO EMERGE POR ENCIMA DE LAS SIGLAS PP

¿Por qué ganan las ‘dereitas’ en Galicia?

Podemos y sus mareas fracasaron en su intento de desalojarle del poder con un campaña plagada de brocha gorda y ataques

Luis Balcarce, 26 de septiembre de 2016 a las 08:10Los cinco mandamientos de Núñez Feijóo

En Galicia el discurso de Podemos naufragó con esa penosa estrategia de incendiar las calles y anunciar el Apocalipsis en cada mitin

La palabra la tenían todos en la punta de la lengua en el bunker del PP en Santiago de Compostela pero quien la dijo fue Alberto Núñez Feijóo, el hombre de las tres mayorías absolutas aplastantes en Galicia: «sentidiño».

Sentido común y sensatez es lo que sabe vender como nadie Feijóo, una marca registrada por encima de su partido –en campaña ocultó las siglas del PP– que ya se asocia a la buena gestión, la estabilidad y el orden. Galicia no está para mareas y experimentos porque en esa tierra con las cosas del comer no se juega.

Xosé Gago cuenta una anécdota en La Voz de Galicia que ejemplifica la forma de hacer política de este hombre tímido y discreto:

«En un paseo electoral en A Coruña salió a su encuentro una señora que había cerrado su negocio y exigía ayuda económica de la Xunta. Feijoo la escuchó y preguntó los detalles. Cuando supo que el motivo del cierre había sido la falta de ventas y que la mujer había percibido ayudas para abrirlo, al estancarse la discusión, no prometió imposibles y le pidió que entendiese «que el Estado no puede garantizar que todos los negocios vayan bien»».

Podemos y sus mareas fracasaron en su intento de desalojarle del poder con un campaña plagada de brocha gorda y ataques. Como ellos son la gente se consideraban legitimados para insultar al PP y a sus votantes con el objetivo de asaltar la Xunta en coalición con un PSdeG acomplejado por conseguir que los nacionalistas le den carnet de buenos gallegos y los podemitas les quiten el sambenito de casta.

Ese fue el argumentario de Feijóo en campaña para neutralizar los ataques de En Marea cuyo líder Luis Villares llegó a llamar «la peor bacteria de este país». «Porque parece ser que en la derecha no hay gente, que los 670.000 votos que recibió Feijoo proceden de seres extraños, que también roban los caramelos a los niños o que, en el mejor de los casos, son unos ignorantes erráticos a quienes les ha seducido este flautista de Hamelín y mala persona que gobierna la Xunta desde el 2009», como señala La Voz de Galicia.

En Galicia el discurso de Podemos naufragó con esa penosa estrategia de incendiar las calles y anunciar el Apocalipsis en cada mitin. Si ganan las dereitas no es que las tierras de Breogán sean habitadas por un pueblo de borregos.

Lo recordaba Carlos Luis Rodríguez en El Correo Gallego: «Aquí abundan los conflictos sociales, y a ellos acude con diligencia la izquierda alternativa y el nacionalismo para encabezarlos, con la creencia de que eso bastará para que los voten. No sucede así, o no sucede en la medida que sería necesaria para ganar. En la sociedad gallega parece haberse producido una curiosa asignación de tareas en la que la izquierda dura y el nacionalismo son buenos para protestar, mientras que el PP es idóneo para gobernar». —Protestar y gobernar

Mientras En Marea se quedaba en olitas, la auténtica marea azul era Feijóo que tiño las ciudades de azul, incluso las gobernadas por las Mareas –Coruña, Santiago y Ferrol– donde han perdido 25.000 votos en nueve meses. Es un toque de atención a sus alcaldes Xulio Ferreiro, Martiño Noriega y Jorge Suárez,  bisoños políticos que parecen tener los días contados.

En Santiago de Compostela, tradicional búnker de la izquierda nacionalista, En Marea se pega un tortazo de áupa perdiendo hasta tres puntos. En Coruña los populares obtienen grandes resultados en territorios hostiles como los del cinturón urbano coruñés.

En Arteixo lograron un millar de votos más que hace cuatro años y en Culleredo prácticamente el mismo incremento. En Betanzos pasaron del 48 % y en Oleiros, del 46 %. Su peor resultado fue el 37, 53 % logrado en Culleredo, aún así 13,5 puntos más que En Marea, segunda fuerza, señala La Voz de Galicia.

Donde las cosas no pintaban bien para el PP era en Vigo pero el alcalde socialista Abel Caballero, peleado con la dirección del PSdeG, les echó una mano a los populares al desaparecer en toda la campaña, lo que permitió que el PP repitieran  los 50.000 votos de hace cuatro años.

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